El poder del perro

Tengo una recomendación para lectores y para aquellos que no son lectores pero les gustan las cosas de mafias y crímenes. Se trata de la novela “El poder del perro”, de Don Winslow. Es lo mejor que me he echado a la cara en todo el año. Hay novelas que vas leyendo a trozos, con paciencia, unas te gustan más y otras menos, vas poco a poco y las acabas. Hay otras que las devoras. Lees un poco. Quieres más. Otro poco. Quieres más. Llega la madrugada y se te cierran los ojos, pero quieres más… hasta que caes rendido. Al día siguiente vas a trabajar y conforme se acerca la hora de llegar a casa empiezas a pensar en coger el libro donde lo dejaste para poder seguir. De vez en cuando hay alguna así ¿verdad? Pues para mí esta ha sido una de esas.

Esta novela no es moco de pavo. Es una historia que transcurre por más de 700 páginas a lo largo de treinta años. Treinta años de juego del “gato y el ratón” entre Art Keller, un miembro de la DEA norteamericana (la agencia antidrogas) y el clan de los Barrera, una familia mexicana. En este juego Keller pasa de ser el típico poli  honrado de las novelas a ser un auténtico desconfiado que hace la guerra por su cuenta porque sabe que los estamentos oficiales funcionan según sus intereses políticos, pasando la barrera entre una lucha por lo que cree que es su deber a una obsesión personal.

Saltando de Keller a los Barrera, de México a California, no sólo conocemos las interioridades de los personajes principales, sino también un mundo cruel de oficiales superiores, matones subalternos, tiroteos, torturas, persecuciones, engaños y mentiras. La novela está construida con brillantez, de manera que además de los personajes principales (Keller y el clan Barrera) aparecen en escena matones irlandeses, mafia italiana de Nueva York, poderes eclesiásticos, pandilleros chicanos y prostitutas de lujo. Cada cuál va viviendo su vida y progresivamente van todos viéndose salpicados por la trama principal.

Posiblemente esta novela sea de las que “La Gato”, mi profesora de Literatura del cole, calificaba como “no literatura”. Puede que sea así. Esto quizá no sea literatura. Quizá el estilo directo, los saltos de personajes, los cambios de persona al narrar (pasa de primera a tercera con mucha facilidad) y de tiempos verbales (lo mismo, pasa de presente a pasado) hagan que estilísticamente no se considere que esto encaja dentro de las formalidades necesarias para los gurús del arte. No lo se ni me interesa. Pero esto te atrapa en la primera página y no te suelta hasta la última.

Una novela brutal y adictiva. Recomendada queda.

Carta desde Canyon, Texas

Queridas amiguitas:

Ya lo dice el dicho: Si Mahoma no va a la montaña, la montaña va a Mahoma. No tenían coches para nosotros en Dallas, ni en Houston, ni en Oklahoma City. Así que ni cortos ni perezosos nos montamos en un avión camino a Los Angeles.

En nuestro último día en McKinney, el vecino Stan nos llevó en su viejo coche al aeropuerto de Fort Worth/Dallas. El vecino Stan es digno de mención porque es la persona más parecida a “The Dude” que he conocido en mi vida. Creo que es el más mítico que hemos conocido en todo el viaje y probablemente en toda nuestra existencia.

El aeropuerto de Dallas, horrible. Muy dificil cambiar de unas salas a otras, hay que estar entrando y saliendo todo el tiempo. Además, me declararon sospechoso. Resulta que entregas tu equipaje, te dan la tarjeta de embarque y cuando vas a entrar donde están todas las puertas, pasan un rotulador especial por encima de la tarjeta. Es un rotulador de estos que “revela” tinta invisible. Y el mío estaba marcado SSSSS: sospechoso. Así que me pasaron un escaner antidroga y antiexplosivos, yo no se por qué pero cuando a alguien le tiene que tocar pasar eso, me toca a mi. Me hubiese gustado guardar mi tarjeta de embarque de sospechoso, pero como sabéis, para entrar en el avión la tienes que entregar, así que sólo pudimos hacer una foto.

Escala en Denver y después a Los Ángeles. En San Francisco nos habían dicho alguna vez que Los Ángeles es “the asshole of the universe”. Es un doble sentido insultante, porque “asshole” significa literalmente agujero del culo, así que por un lado vendría a ser como decir “el culo del universo”, pero también se utiliza como insulto, tipo “gilipollas”, por lo que consideran a los angelinos los más gilipollas del universo. Con esa información tan interesante nos acercábamos a tan famosa ciudad. Desde el avión nos quedamos asustados, llegamos de noche y sólo se veía un gran horizonte luminoso interminable.

Nos alojamos en el barrio de San Pedro en casa de Joanna, que trabajaba haciendo lo mismo que yo en mi vida previaje, sólo que ella tenía que estar en la oficina a las 6:30. Yo ya le explique que en Madrid antes de las 8 no han puesto las calles, así que no se puede ir tan temprano. Vivía con su hijo de 5 años, Nathan, un chaval saladísimo.

En el barrio de San Pedro está el puerto de Los Ángeles. Es un barrio de clase trabajadora que no es tan diferente en su configuración al de Mission en San Francisco, sólo que no hay progres ni bohemios. Sólo currantes, muchas tiendas variadas y vendedores de frutas. Ah, y playa. Fuimos a una playa llamada “El Cabrillo”, si Aurora no iba reventaba y como no queríamos que eso sucediese, tuvimos que ir.

No nos pudimos desplazar demasiado por la ciudad porque el transporte público de Los Ángeles es de los peores que he visto en mi vida. Un día que decidimos ir a hacer de turistas, que de vez en cuando también pecamos, esperamos más de dos horas a que llegase el bus. Ni el 2 en Madrid tarda tanto (máxima espera del 2 registrada por mi, 50 minutos).

El turisteo que hicimos, os lo podéis imaginar. Nos plantamos en Hollywood como dos guiris más, fuimos al teatro chino a ver todas las huellas de los actores (Rita Hayworth tenía minipies; Nicolas Cage, te pega una torta y te arranca la cabeza. Fin de las conclusiones) y por Hollywood Boulevard vimos el Paseo de la Fama con todas las estrellitas puestas en el suelo. Conocía a poca gente de la que había ahí puesta. Fue curioso verlo, aunque nos pareció un poco fiasco. En la tele cuando lo sacan parece un señor paseo y resulta que es una acera del mismo tamaño que la de mi calle en Madrid.

Los Ángeles no nos dio para mucho más, porque si por algo estábamos ahí era por un coche. La oficina de Driveaway de Los Ángeles es de las más activas del país y nos dirigimos allí en busca de nuestro maná. Tenían un coche, dirección a Rhode Island.

De todas las oficinas de Driveaway, esta era la más peculiar. El dueño era un tipo cercano a los 60 con un chisme de estos del teléfono móvil enganchado a la oreja, zapatillas de deporte, pantalón y camisa vaqueros, esta última mitad por fuera mitad por dentro. Pelo canoso largo, gafas de sol todo el rato y rollo “que passsa tíoooo”. La chiquita que nos atendía, tenía un cacao mental incomensurable, pobre, era de sus primeros días, todos hemos tenido primer día de curro. El asunto es que para darnos el coche tardó más de tres horas (en la oficina de San Francisco tardaron 40 minutos y nos pareció la vida).

La oficina de Driveaway estaba en un barrio que sobre el mapa recibía el nombre de Koreatown y vaya si era Koreatown. La mayoría de los letreros en hongul, la mayoría de la gente de la calle, honguls. Todos menos los del Driveaway.

El coche lo tenían en lo alto de un edificio, el edificio adyacente a la oficina, nos tuvieron subiendo y bajando más de la mitad del tiempo.

Al final nos dieron el carro, un Honda Accord del 98. Aurora está que muerde porque después de nuestras dos últimas naves, este es más normalito. A caballo (casi) regalado, no le mires el diente, así que por mi parte no hay quejas. El hippie del driveaway, ladino el, nos lo dio sin una gota de gasolina, intentando colárnosla. Se supone que tienen que dar el coche siempre con el depósito lleno, así que nos quejamos y no sabemos si al final nos darán el dinero o que.

Total, que nos pusimos en marcha dirección Este. Salimos de la California playera y nos metimos en la California desértica. Al Este de Los Ángeles está el impresionante desierto de Mojave. Atravesándolo llegamos a la ciudad de Kingman, Arizona, donde nos acogían Mike y familia. Mike es un profesor de historia, activista antiBush, tiene una casa con un jardín desértico (como todo el entorno) transformado en un parque temático artístico-pacifista. Nos enseñó unos cuadros que hace chulísimos y pasamos una buena tarde con el y familia. Volvimos a ir a un partido de fútbol americano porque una de sus hijas estaba en la banda del instituto, así que ya llevamos dos en dos semanas. Nos parecieron personas interesantísimas, una lástima que nuestro deber nos llamase y no pudiésemos quedarnos demasiado.

Al día siguiente seguimos avanzando por tierras desérticas bajo un fortísimo viento. Había momentos en los que sólo se veía arenas por todas partes. La mayor parte del Este de Arizona, y del Oeste de Nuevo México, zonas por las que fuimos con el coche, pertenecen a los indios Navajos. Son las reservas que les dieron y aquí es donde viven. La entrada a Nuevo México, con carteles de “Navajo Nation”, montañas de estas con cerros rojizos y marañas de ramas rodando con el viento, parecía una película de Sergio Leone. Faltaba la música de Morricone.

A ambos lados de la carretera había muchísimas señales de tiendas de artesanía nativas. Y en la radio hablaban en idioma navajo, con música india y todo. Flipábamos. Una pena no entrar más en contacto con los nativos americanos, extranjeros en su propio país, marginados en su propia tierra. Tendré que informarme más al respecto.

Hicimos noche en el pueblo de Grants, reencontrándonos con la ruta 66 en nuestra vida. Esta ruta casi nos ha traído todo el camino hasta el norte de Texas, cruzando Nuevo México de lado a lado. Paramos en el pueblo de Tucumcari, que creo que es el que más refleja lo que fue esta ruta. Lo recorres y dan ganas de llorar, todo moteles abandonados, restaurantes cerrados…

Por hoy, nuestra ruta termina en el pueblo de Canyon, cerca de la ciudad de Amarillo, donde nos acoge Carl, fisioterapeuta, que ha arreglado el hombro de Aurora (tenso de tanto conducir) en un periquete.

Espero que no se os haya atragantado el 12 de Octubre. Nada que celebrar.

Carta desde Lincoln, Nebraska

Queridas amiguitas:

Como sabéis, terminó nuestra estancia de dos semanas en San Francisco, una estancia que ha durado el triple de lo que pensábamos.

Comenzamos la semana con muchas energías de cara a continuar nuestro viaje. Decidimos que para mediados-finales de la misma, abandonaríamos la ciudad pasase lo que pasase y seguiríamos hacia delante.

Nuestro primer plan era intentar el driveaway, que como sabéis es lo que ha salido hacia delante. Pero se nos pasaron por la cabeza varias alternativas, a saber:

1) El gran viajero Jorge Sánchez tenía pensado pasar por la ciudad y dirigirse rumbo a México en el coche de no-se-quien. Resulta también que se ha ido a vivir a México un amiguete, Pedro. Así que nuestra alternativa principal si salía mal lo del driveaway era esta.

2) Comprar unas bicicletas y dirigirnos a pelo a Nueva York. No os hemos contado que la semana pasada asistimos a la “masa crítica” que es una manifestación ciclista, de mano de nuestro viejo conocido Colin, que ahora vive en San Francisco. Allí vimos que necesitábamos algo de entrenamiento, pero que teníamos capacidad para ir tirando. Era la opción suicida para seguir adelante.

Os cuento las hipótesis porque siempre está bien fantasear pensando en qué hubiera sucedido si nos hubiésemos decantado por otras alternativas. Pero al final salió adelante el driveaway.

Algo que notamos es que sentíamos mucha presión en San Francisco por el hecho de no estar en nuestra casa. Jon nos dijo que sin problemas nos quedásemos hasta que todo se resolviese, pero la sensación de seguir allí día tras día, en una casa que no es la nuestra, nos estaba generando mucho dolor de cabeza. Quizá sea una presión injustificada, pero he tomado la determinación de que en adelante, si en cualquier ciudad tenemos que quedarnos más tiempo del previsto, nos iremos a un hotel barato y santas pascuas, para no estar abusando de la hospitalidad ajena.

Los últimos días en San Francisco fueron más tranquilos, puesto que ya estábamos liberados mentalmente al haber decidido que nos iríamos pasase lo que pasase. Uno de los días fuimos a una de las nombradas 100 mejores hamburgueserías de Estados Unidos. Estando en el país de la carne picada, había que ir sí o sí. El sitio se llamaba “Joe’s” y puedo afirmar que es una de las mejores hamburguesas que he tomado en mi vida, con toda esa cebolla pochadita por encima… los más puristas suelen considerar a las hamburguesas carne de segunda. Desde luego comparadas con un buen chuletón a la piedra o un cordero de Aranda del Duero, las hamburguesas están en un nivel inferior. Pero menospreciarlas tiene peligro, a fuerza de comer muchas me he dado cuenta de que tienen cierto arte y cierta complicación, la mayoría son mediocres y cuando encuentras una excelente la aprecias de verdad (los que estáis en Madrid, a qué esperáis para reservar mesa en Alfredo’s Barbacoa, las mejores hamburguesas de la ciudad).

Vino una chiquita francesa, Elsa, bastante maja y junto a ella y Jon dimos bastantes vueltas. Con una amiga de Jon, Erin, fuimos a un pueblo llamado King Mountain donde paseamos por el bosque y respiramos algo de aire puro.

El último día fuimos todos a casa de otro chico de couchsurfing, Zach, vegetariano militante que se encarga de difundir su modo de vida celebrando deliciosas cenas en su casa. Siempre riza el rizo porque a recetas cárnicas les da la vuelta de tuerca, las “traduce” al mundo verde y suele quedar bien. Tenía un huesped anglo-asturiano (casi nada) llamado Julián, especialista en cocinar Risottos. Hicieron la versión vegetariana y fue una de las mejores comidas que hemos tomado ultimamente.

Por la mañana del miércoles nos fuimos del que ya era “nuestro” barrio. Aunque no sabíamos si habría problemas de última hora, ya estaba decidido que nos íbamos. Nos dio mucha pena despedirnos de Jon, ya nos habíamos acostumbrado a convivir con el y fue una estancia agradable. Jon es un tipo serio, de pocas palabras, aunque cuando se suelta tiene un gran sentido del humor. Es más una persona de acción que de verbo, aunque no exprese lo que quiere hacer, siempre está pensando en planes interesantes y su forma de demostrarlos es ejecutándolos. Así nos llevó a la montaña, a la playa, a varias cenas, al Benders (el bar del barrio)…

La compañía del driveaway estaba algo lejos, en realidad fuera de San Francisco. Nos fuimos hasta allí y en una hora resolvimos todo el papeleo pertinente. Nuestra misión: llevar un Volkswagen Jetta hasta Ann Arbor, Michigan. Aurora sería la conductora. Mi impericia al volante y mi falta de licencia me adjudicaban el papel de estudiarme mapas e ir guiando. Equipo Actimel. Para demostrar nuestras dotes, nada más salir de la oficina de driveaway… nos perdimos. No pasa nada, en seguida nos pusimos en la ruta adecuada.

Así empezó nuestro periplo por las carreteras norteamericanas, que por cierto están generalmente en mal estado. Tanto es así que cada dos por tres hay carteles de “adopte una autopista”. Esta campaña consiste en que una empresa o un particular pagan una cantidad X, por lo que vas leyendo estos cartelitos y debajo el nombre (o logo) de la empresa o individuo que han hecho su aporte económico. Otros carteles están vacantes. A nosotros nos están dando ganas de adoptar una, aunque no sabemos cuál.

Los cambios de paisaje que vamos experimentando son cosa fina. Este país, a efectos de naturaleza, es asombroso. Las carreteras larguísimas con increíbles paisajes a los lados… California se caracterizaba por ser muy seco. Nevada, directamente seco.

La compañía de DriveAway te da un recorrido aconsejado para hacer. Nosotros lo seguimos en un 80%. El otro 20% son rutas secundarias que transcurren paralelas a las autopistas o que atravesando terreno distinto conducen al mismo punto. Así llegamos al impresionante lago Tahoe, concretamente al pueblo de King Beach, un pueblo de ensueño. Un lago, casitas, bosque… la carretera 431, que es la que enlaza de nuevo con la autopista, transcurre por una increíble montaña boscosa. Vale la pena desviarse, tanto en los EEUU como en Castilla.

Una vez en Nevada, comenzaba el desierto, como ya he dicho, y los casinos. Especialmente junto al borde que separa ambos Estados, para que los californianos puedan ir y volver y jugar legalmente. Están anunciados por todas partes, es el principal reclamo del estado.

La primera noche la pasamos en un pueblecito llamado Lovelock, en el que fue nuestro primer motel del viaje. Ya sabéis, estos moteles de una sola planta con forma de U y las habitaciones a pie de calle. Yo dormí del tirón, a Aurora le costó un poco porque parece que se imaginaba a Javier Bardem con el pelo a lo Principe de Beukelaer.

Al amanecer continuamos hacia Salt Lake City en lo que sería el tramo más largo que hemos hecho. Nos quedamos hipnotizados con las inmensas cantidades de NADA que veíamos a los lados. Nevada es la nada más grande que he visto jamás. Las carreteras estaban adornadas con un interesante cartel que decía “Zona de Prisión. Prohibido hacer autostop”. Mensaje muy sutil.

En tantas horas de coche, como es de imaginar nos entretiene muchísimo la radio. Es muy fácil encontrar cadenas de rock, tanto actual como clásico, lo cuál da un punto a favor de los EEUU, toma chance. Si no encuentras eso, encuentras country, especialmente conforme avanzas hacia el llamado Medio Oeste. Lo demás, radios latinas con corridos y rancheras, agradable un rato, cansa si te excedes. También radios bíblicas, bastante aburridas, y debates políticos, los seguimos a ratos. Escuchando los anuncios te das cuenta de lo individualista que es este país. Se centra todo en el individuo, se idolatra al individuo. Anuncien lo que anuncien, más de la mitad de las veces habla un tipo, el presidente de la empresa o jefe del negocio, y se encargan bien de repetir su nombre varias veces y su cargo.

A Salt Lake City llegamos ya cuando oscurecía y nos fue muy dificil encontrar hostal. Por suerte es un fortín mormón y la ciudad está bastante muerta, por lo que la tranquilidad está bastante asegurada. Paseamos un rato y vimos de lejos una especie de gran templo de Dios, pero poco más. Y es que no había mucho más que ver. Nos tenemos que acostumbrar a los horarios de este país. En una ciudad como San Francisco, a cualquier hora puedes hacer cualquier cosa. Pero conforme avanzas es difícil ver cosas abiertas más tarde de las 8. Hay que tener en cuenta esto para planificarse.

Nos llama la atención, estando en ruta, los pueblos que visitamos, en los que paramos para comer. Nunca nos metemos en las cadenas de restaurantes de autopista, lo que hacemos es rebuscar por el primer pueblo que encontramos. Así hemos conocido Wells (Nevada) o Green River (Wyoming). Son interesantes estos pueblos por todas las veces que los hemos visto en las películas. Estas casas una junto a otra con su jardincito, con el instituto y el símbolo del equipo de fútbol americano o baloncesto, .. conforme avanzas hacia el centro del país, ves más y más la casa típica con un porchecillo y una abuela en la mecedora que en cualquier momento va a hacer valer su condición de socia de la NRA y te va a sacar una escopeta. Tiene su gracia verlo.

Notamos al llegar al estado de Wyoming que el acento cambia terriblemente, pero nos intentamos reponer. Lo malo es que esto nos causa una importante desorientación. En nuestra tercera noche llegamos al pueblo de Rawlins. Pensamos que habría moteles como en todas partes. Y como en todas partes hay muchas cadenas de moteles que aquí son medianamente conocidas. Estas suelen representar la opción cara. Llegamos a un motel que no era de una cadena y estaba lleno, así que preguntamos al dueño por otra alternativa alejada de las cadenas. El dueño me respondió amablemente, pero no le entendí ni la mitad. Así que acabamos perdidos. Al final encontramos una opción intermedia, aunque más cara de lo que nos esperábamos. Del pueblo de Rawlins lo más destacable es la cantidad de ciervos que van pululando sueltos por en medio.

Al hilo de esto de los moteles, he descubierto otra cosa con la que sintonizo con los yankis (la primera era, si os acordáis, la inmensa cantidad de emisoras de rock) es con lo interiorizado que tienen el “Road Trip”. Para los estadounidenses esto es algo bastante habitual. Coger el coche e ir de punta a punta del país, metiéndose en pueblos aleatorios a ver que se cuece. Aunque para ellos es lo más normal, para mi es lo único interesante del viaje, meterte en cualquier sitio a ver que pasa. Muchas veces me dice la gente que claro, que con las distancias que tienen aquí eso es fácil. Para mi las distancias son un problema mental que tenemos por la cantidad de Estados. La gente me dice que en España no se puede concebir esto porque de punta a punta del Estado tardas diez horas y no da para un viaje mítico. A parte de que puedes hacer círculos, tenemos toda Europa para recorrer y ver que hay por ahí. Yo no tengo el carnet de conducir por mi torpeza y su confluencia con otros factores en el pasado, pero la verdad es que me dan ganas de sacarme el carnet de moto y lanzarme a investigar carreteras. Digo lo de la moto porque aquí se ven cantidad de moteros de estos molones, con Harleys, Triumphs, Choppers y similares, que van recorriendo caminos sin pisar mucho el acelerador. Los prefiero a los moteros Kawasaki que tenemos por Castilla que se dedican a ir a 250km por hora, grabarlo y ponerlo en youtube.

Una cosa que hemos descubierto es que lo conocido tradicionalmente como el salvaje Oeste son estos estados como Wyoming y Nebraska. Nosotros pensábamos que el salvaje Oeste era el Oeste puro, por pura lógica geográfica. Pero si pensamos en los europeos que llegaban a la costa Este, todo cobra sentido. La gente se asentaba en ciudades como Nueva York o Boston y desde ahí iban hacia el Oeste. Por eso lo que ahora llaman “Medio Oeste” es lo que era para ellos el Salvaje Oeste. Aquí la gente tiene un acento terrible, está todo lleno de vacas, paja y gente con sombreros. Aquí es donde están los cowboys. Sólo remarcar que uno de los símbolos de Wyoming es la silueta de un vaquero domando un búfalo.

Como os decíamos, solemos tomar carreteras secundarias cuando es posible. Esto nos proporciona vista de increíbles paisajes y también ver la América profundísima. Así llegamos ayer a Nebraska. Comimos en el pueblo de Chappel. Hamburguesa, que es lo que más encuentras. Es verdaderamente dificil encontrar comida sana por aquí. Y no es que me disguste lo insano, todo lo contrario, pero intentas tomar algo de verdura o ensalada y es muy complicado. Esto está lleno de gente gorda. Y no hablo de gente que pesa 120 kilos, que es un sobrepeso al que estamos acostumbrados en Madrid. No, eso no es nada. Aquí ves familias que pasan todos de los 150 kilos y niños que están tremendos. Los metabolismos son diferentes en todas partes, hay gente que tenemos más propensión a engordar, entre los que me incluyo, comamos lo que comamos, mientras que otros tienen propensión a adelgazar. El asunto aquí es que no hay alternativa, encuentras por todas partes porciones de pizza enormes, hamburguesas, batidos de helado, burritos, patatas fritas…

Pasamos la noche en el pueblo de North Platte, que se caracteriza por ser el sitio donde tenía su rancho Buffalo Bill. Y porque esto es verdaderamente lo profundo de lo profundo. Los típicos americanos que llevan petos vaqueros, gorra y camioneta, que son más paletos que Marianico el Corto… aquí están todos. Las ciudades están mal diseñadas, todo el mundo se desplaza en coche, se les va a venir todo abajo porque no tienen alternativas y el petroleo se acaba… el tema es que no hay nada diseñado para el peatón. Íbamos paseando por la ciudad y la gente nos pitaba con el claxón, como de cachoneo porque no íbamos en coche… aquí apenas conciben que vayas andando de un sitio a otro. Otro hito destacado de nuestra noche en North Platte fue que visitamos nuestro primer Wal-Mart. Son superficies tipo “Alcampo” en las que hay de todo y que están por todas partes. No tienen nada especial, de hecho son una mierda, pero es algo típico de estos lares.

Esta tarde hemos llegado a Lincoln, Nebraska, donde nos acoge Eileen, una chica de couchsurfing de 78 primaveras. Voy a decirle a mis abuelas que se apunten. Eileen vive en una casa de estas americanas de madera que tanto vemos en la tele y que es una pasada. Nos ha hecho un tour por la ciudad. Aqui hay ademas otra pareja de viajeros, Rob y Anna, que han viajado por mucho mundo.

En la radio y en la tele se va notando que se acercan las elecciones presidenciales. Como dato curioso, en California veíamos mayoría inmensa de pegatinas de Obama y conforme avanzamos hacia el gran medio Oeste vemos cada vez más pegatinas de McCain. No creo que cambie nada demasiado gane quien gane. Pero veo a Obama en la televisión y parece sin duda una persona carismática. McCain y su vicepresidenta Palin tienen un mensaje esencial del miedo. Sólo meter miedo a todos con todo lo que va a pasar. Yo no votaría a ninguno, pero la verdad es que Obama me parece a priori, por lo que veo en la tele, más racional. Los otros, unos asustaniños, y en este país son muy niños aunque tengan 50 años. Hay otro candidato presidencial, por cierto, que se llama Ron Paul y que cuenta con mucha simpatía por estos estados del Medio Oeste. De todas maneras, que nadie se ilusione demasiado con Obama, que nadie se olvide quienes son aqui los liberales. La eleccion Obama-McCain no es analoga a Zapatero-Rajoy, sino a Rajoy-Acebes. Que nadie se olvide.

Carta desde San Francisco (II)

Queridas amiguitas

De todo lo peor que podía tener el coche, tiene lo peor. Le entra agua en el cilindro. A mi eso me suena a chino, pero es la reparación más cara. Llevamos el coche al taller de Carlos y Juan, unos mexicanos que nos han parecido gente muy honesta. Nos dijeron que podía tener varias cosas menores que podríamos reparar sin problemas, pero que estaba también la posibilidad del agua en el cilindro y eso ya eran palabras mayores. Estuvimos en vilo todo el fin de semana y el Lunes nos comunicaron el diagnóstico: agua en el cilindro.

Nos informamos por diversas fuentes y todas nos dicen que iniciar el viaje con esa situación es poco más que una locura. Y, lo que más nos afecta, puede ocasionar una mayor pérdida de dinero. De locuras andamos sobrados pero de dinero no tanto. Total, había que deshacerse del Ford Tempo del 93.

Antes de tratar de venderlo, Jon decidió ponerlo a prueba y darnos una vuelta por San Francisco. Llegamos a North Beach y también a Twin Peaks, desde donde se divisa toda la ciudad. Allí en Twin Peaks el coche empezó a oler bastante mal, por lo que llegó la hora de aparcarlo.

La odisea de deshacernos del coche nos ha durado toda la semana. Pusimos un anuncio en la página de craiglist, lo vendíamos por 400 dolares. Llamaba gente, pero nos era imposible mentir, como nos habían mentido a nosotros. En cuanto contábamos el problema que tenía, la gente desistía. En nuestra mente sólo cabía la posibilidad de que lo comprase alguien con conocimientos de mecánica, puesto que sólo sería rentable para alguien así.

Tras esperar varios días, llegó la llamada que queríamos. Un tipo dispuesto a comprarlo y arreglarlo. Vino a la calle Folsom, donde teníamos estacionada la máquina. Nos tuvo toda la mañana mareados diciendo que vendría a una hora, luego a otra… Al final llegó. Era un tipo normal, de estos americanos con gorra, con hablar pausado. Echó un vistazo al coche y dijo que se lo llevaba, aunque nos daría la mitad, 200$. Ya nos daba igual, así que le dijimos que de acuerdo. Nos dijo que se iba al banco a por dinero y que en 20 minutos nos llamaría. Pasaron los 20 minutos. Pasó una hora, luego pasaron dos… cuando llevábamos casi tres horas, decidimos llamarle. Le dijimos que éramos los del coche y el tipo nos colgó el teléfono. Así es la gente aquí. Un tipo de 50 años que viene y te da la mano y que en vez de decirte que no le interesa el coche o que se lo pensará, nos dice que se va al banco y no vuelve a dar noticias, colgando el teléfono cuando le llamas. Es totalmente ridículo e infantil, pero es que aquí son muy infantiles.

Hubo varias llamadas de mosqueo. «Te doy 300 dolares ahora mismo», cosas así, pero luego se echaban atrás. Muchos que dicen «I´ll call you back» (te llamo luego) y luego nada. Jon dice que así es la gente en California. Maravilloso entonces.

Al final tuvimos que recurrir a un servicio con un ilustrativo nombre, cash for junk, dinero por basura, literalmente. Hay varias agencias así, te compran el coche baratísimo. Al final lo vendimos al mejor postor, 175$. Ya nos lo queríamos quitar de encima porque el coche nos tenía atados aquí, no nos podíamos mover mientras hubiese un coche aparcado a nombre de Aurora. Aunque esto tuvo también su miga porque nos estuvieron mareando varios días diciendo que vendrían. Al final vinieron y fue una mezcla entre alivio y tristeza ver al puñetero Ford Tempo, con su reno en la antena (tenía una bolita en la antena que era una cabeza de reno de juguete) y todo, partir hacia el infinito, probablemente hacia el desguace. Alivio porque quitarnoslo de encima nos ha costado la vida. Tristeza por lo mal que ha salido todo.

Son cosas de la vida. A veces una mala decisión tomada en un segundo puede llevar a una serie de «catastróficas desdichas», como la película aquella. Le compramos el coche a una tipa de Oakland llamada Tomika Thompson, que nos timó completamente, fuimos unos primos y perdimos una pasta.

¿Cómo seguir adelante? Comprar otro coche y jugárnosla nos parece una pérdida de dinero y de tiempo. Porque tiempo es además dinero, pero es que tenemos un plazo para estar aquí y meternos en papeleos y todo conlleva un tiempo. Alquilar es prohibitivo. Un amigo de Jon, Paxton, nos ofreció una alternativa. El nos dejaba su coche, lo conducíamos a Nueva York y le pagábamos a el un billete hasta allí para que el volviese a casa e hiciese el mismo viaje a la inversa. Al final no pudo ser, por líos de aseguradoras.

Así que aquí seguimos, estancados en San Francisco. No sabemos como seguiremos adelante, pero esperamos que a mediados de la próxima semana ya estemos en marcha. Veremos como y os informaremos por aquí.

Por lo demás, San Francisco se va ganando un hueco en nuestro corazoncito. Nos gusta la cantidad de pequeño comercio que hay, especialmente todas esas tiendas de comida, «groceries», con el tipico americano de 60 años. Aqui en el barrio Mission hay muchas librerías por las que paseamos, y una pizzeria con unas porciones que parecen una pizza entera y que cuestan 3 dolares. Los yankis son complejos, muy complejos. No acabamos de conectar con ellos. Entre la que nos vendió el coche, el que vino a verlo y se fue corriendo, la gente que llamaba, la gente con la que hablamos por la calle… no se, no saludan, no dicen buenas tardes cuando llegan a un sitio, cuando se van muchas veces no dicen adios. Alli en tierras castellanas decimos adios a todos uno por uno cuando nos vamos, hola a todos uno por uno cuando llegamos, con dos besos, nos damos la mano, esas cosas. Aquí son muy raros.

La mejor gente, para nosotros, son los mexicanos, salvadoreños y toda la gente del sur. Son amables, atentos, además es fácil con ellos porque nos entendemos. Aquí en el barrio de Mission vivimos en castellano todo el tiempo.

Bueno, aquí lo dejo, que Aurora no me deja escribir más. Ya os informaremos de como sigue todo.

Carta desde San Francisco


-¿Y usted qué hace aquí?
-Dar una vuelta por el mundo
-¿Y cómo se financia eso?
-Con mis ahorros
-¿No será que tiene usted un padre multimillonario?
-Eso me gustaría a mi, pero sobretodo al que le gustaría es a mi padre

Todo el mundo habla horrores de la entrada a Estados Unidos. Del control de pasaportes, primero, y del control de equipaje en las aduanas, después. El control de pasaportes transcurrió con ese diálogo. El de aduanas ni eso. Siempre dicen que al entrar en Estados Unidos, especialmente si has visitado muchos países y tienes el pasaporte lleno de sellos, van a mirar con lupa lo que lleves. Aunque no lleves nada malo, siempre es incómodo:

-Sí, mire, esa bolsa son mis calzoncillos sucios
-Oiga pues tiene usted un frenazo aquí en la parte trasera que…

Nosotros nos dirigimos a las aduanas. Será por mi pinta sajona, será porque justo antes que nosotros pasaron unos ciudadanos de piel oscura con un carro que transportaba una treintena de maletas, nos dieron los buenos días y welcome to the USA.

Antes de eso, un viaje terrible. Un total de 24 horas entre dos aviones y salas de espera. El último tramo, diez horas desde Incheon hasta San Francisco, lleno de niños llorando, vomitando, moviéndose. Imposible dormir. Apretadisimos y encajonados, estábamos en una fila de tres y el acceso al pasillo dependía de la coreana más antipática que nos hemos encontrado. Se sentaba a mi lado y es la única que pudo dormir en toda la noche, cómoda os aseguro que estaba, había momentos en que tenía la pierna sobre mi, y tan pancha que estaba.

En San Francisco nos acoge Jon, escrito así, a la vasca, un irlandés de pocas palabras con un sentido del humor afilado. Habla poco, pero cuando lo hace es para soltar alguna perla subversiva. Vivió en Italia y ahora vive aquí. Lleva un halo de misterio acerca de lo que hace que al principio nos tenía intrigados pero la verdad es que nos da igual. Es un experto autostopista y amante del heavy metal.

Nuestra misión el primer día fue no caer muertos de sueño. Eso del jet lag, ya se sabe. Llegamos a las 11 de la mañana pero en nuestro cuerpo eran las 3 de la madrugada y encima sin haber pegado ojo en las últimas 24 horas. Nos propusimos llegar vivos al final del día para acostarnos por la noche y coger ritmo. En medio de todo eso visitamos el famoso Golden Gate, que estaba cubierto de niebla.

Fue el segundo día cuando comenzamos nuestra aventura del coche. Nuestro objetivo, como es sabido, es hacernos con un vehículo para cruzar el país de costa a costa. En Internet vimos agencias de alquiler, al hacer la consulta en línea salían precios muy decentes para lo que queríamos hacer. Pero luego in situ cambia la situación. Pago de un seguro de la releche, pago por dejar el coche en otra ciudad, pago por ser joven, más otras tantas clausulas de mil demonios… al final rechazamos la idea.

No quedaba más remedio que comprar un coche. Buscamos en Internet algo que se ajustase a nuestro presupuesto. Encontramos cinco o seis cosillas interesantes. Llamamos a todas, pero sólo dos contestaron. El primero de ellos parecía que estaba colgado, así que le descartamos nosotros. La segunda era una chica muy locuaz. Los demás, nada. Visitamos también varias tiendas de coches usados pero no tenían nada decente.

Al final fuimos a visitar a la chica. Vivía en Oakland, que es , aunque nosotros no lo sabíamos, la ciudad más peligrosa del área de la bahía de San Francisco. Nos presentamos allí, llegaron tarde. Al final aparecieron y nos llevaron en su coche a ver a la criatura en venta. Se trataba de un Ford Tempus del año 93 que resistía en pie malamente. Nosotros no teníamos ni idea de que hacer, yo menos que Aurora.

Para empezar, tuvieron que llamar a un cerrajero porque habían perdido la llave. Ya empezábamos mal. Nos quedamos sentados por un parque que había allí creado por el gobernador Schwarzenegger mientras llegaba el cerrajero y hacía su trabajo.

Pasado un rato, con la llave en la mano, nos metimos en el coche, lo vimos por dentro, lo arrancamos, sonaba bien. Decidimos dar una vuelta. Con nuestra base, poco más podíamos hacer, sólo moverlo a ver si hacía algo raro o tiraba hacia delante más o menos bien. Además era automático, por lo que por ahí seguro que se nos escapaban cosas.

Total, que el coche tiraba. Y tomamos una decisión precipitada, nublados por el bajo precio, 500 dolares, decidimos comprarlo. Porque somos así, porque hemos perdido la concentración, queremos hacer las cosas en un pis pas. Acabamos cambiándole la luna y haciendo todos los papeles pertinentes, aunque bueno, no estamos del todo seguros acerca de si los papeles están correctamente, pero parece ser que sí. Fuimos a la oficina de DMV, que es el departamento de vehículos de Estados Unidos, y allí seguimos las indicaciones que nos dieron.

Con todo en la mano, seguro incluido, volvimos de Oakland a San Francisco sin problema alguno. Aparcamos el coche y a dormir.

Aunque nuestras sensaciones fuesen buenas, decidimos ir a un mecánico a que le echasen un vistazo, porque estábamos seguros de que necesitaría algún arreglillo por aquí o por allá. Jon nos acompañó a uno que conoce, Carlos, uno de tantos sudamericanos que sostienen este país en pie. Con el diagnóstico nos quedamos peor. El coche tiene varias cosillas que arreglar, pagando unos cuantos dólares, pero nada que se aleje de nuestro presupuesto. El problema principal es que es posible que tenga mal la culata. Nos dijeron que entraba agua por ahí, que no sabían el motivo, que podía ser cualquier cosa, pero que si lo que estaba mal era la culata, que no valía la pena ni hacer la reparación porque iba a ser un pastizal. Y que esperasemos hasta el lunes, a ver que tal.

Así que en eso estamos ahora, en espera. Con los dedos cruzados para que no esté mal la culata, sea lo que sea eso. Si no es, se arreglan las cosillas y adelante. Si es eso, la hemos liado parda, porque nos quedaríamos aquí con un coche totalmente hecho una mierda y a ver como avanzamos después.

Está claro que hemos pecado de pardillos con esto. Nos entraron las prisas, por empezar nuestro viaje, por acabarlo, por no molestar más a Jon okupando su casa. E hicimos una compra mala. Lo de la culata, de todas maneras, no se como podíamos saberlo nosotros. Teníamos en mente mirar muchos coches, así que no nos planteásemos pagar un chequeo cada vez en cada coche porque eso hubiese sido la ruina. Mal hecho.

Ahora sólo nos queda esperar a ver que sucede. Y eso lo hacemos paseando por la ciudad, un poco alicaidos, pero también disfrutándola. Estamos en el barrio de Mission, que es una especie de distrito mitad sudamericano,mitad alternativo, una mezcla interesante. Hacemos vida en castellano, aquí el castellano se escucha por todas partes, con multitud de acentos, aunque el nuestro es el más extravagante para la gente de aquí. Paseamos por la calle Haight, que es una especie de calle Fuencarral (o sea, alternapija) y también por Chinatown, que es como su nombre indica el barrio chino y cuya única peculiaridad es ser un barrio lleno de comercios chinos. Con Jon y una amiga suya fuimos también a SpeakEasy, una fábrica de cerveza local, y es que aquí resulta que tienen cervezas buenas más allá de las grandes marcas.

Hace un tiempo más frío del esperado, así que por la calle no apetece mucho estar. Y estamos ya limitados de presupuesto y a la espera de ver si tenemos que pagar al mecánico un poco, un mucho o nada, así que no podemos pasar el rato en los cafés.

Por lo demás, la ciudad está llena de

1)Perturbados. No había visto yo nunca tanta congregación de gente totalmente ida de la mente, que no sabes si te van a sacar un cuchillo y liarla parda, si se van a arrojar al paso del tranvía o si simplemente están delirando
2)Vagabundos. Creo que es donde más pobreza extrema he visto en todo el viaje y en todos mis viajes. Aquí no es que veas gente humilde, es que o ves gente que más o menos vive con cierta comodidad o facilidad, o el siguiente paso ya son vagabundos extremos.

Y eso es todo lo que puedo contaros hasta el momento.