Carta desde San Francisco (II)

Queridas amiguitas

De todo lo peor que podía tener el coche, tiene lo peor. Le entra agua en el cilindro. A mi eso me suena a chino, pero es la reparación más cara. Llevamos el coche al taller de Carlos y Juan, unos mexicanos que nos han parecido gente muy honesta. Nos dijeron que podía tener varias cosas menores que podríamos reparar sin problemas, pero que estaba también la posibilidad del agua en el cilindro y eso ya eran palabras mayores. Estuvimos en vilo todo el fin de semana y el Lunes nos comunicaron el diagnóstico: agua en el cilindro.

Nos informamos por diversas fuentes y todas nos dicen que iniciar el viaje con esa situación es poco más que una locura. Y, lo que más nos afecta, puede ocasionar una mayor pérdida de dinero. De locuras andamos sobrados pero de dinero no tanto. Total, había que deshacerse del Ford Tempo del 93.

Antes de tratar de venderlo, Jon decidió ponerlo a prueba y darnos una vuelta por San Francisco. Llegamos a North Beach y también a Twin Peaks, desde donde se divisa toda la ciudad. Allí en Twin Peaks el coche empezó a oler bastante mal, por lo que llegó la hora de aparcarlo.

La odisea de deshacernos del coche nos ha durado toda la semana. Pusimos un anuncio en la página de craiglist, lo vendíamos por 400 dolares. Llamaba gente, pero nos era imposible mentir, como nos habían mentido a nosotros. En cuanto contábamos el problema que tenía, la gente desistía. En nuestra mente sólo cabía la posibilidad de que lo comprase alguien con conocimientos de mecánica, puesto que sólo sería rentable para alguien así.

Tras esperar varios días, llegó la llamada que queríamos. Un tipo dispuesto a comprarlo y arreglarlo. Vino a la calle Folsom, donde teníamos estacionada la máquina. Nos tuvo toda la mañana mareados diciendo que vendría a una hora, luego a otra… Al final llegó. Era un tipo normal, de estos americanos con gorra, con hablar pausado. Echó un vistazo al coche y dijo que se lo llevaba, aunque nos daría la mitad, 200$. Ya nos daba igual, así que le dijimos que de acuerdo. Nos dijo que se iba al banco a por dinero y que en 20 minutos nos llamaría. Pasaron los 20 minutos. Pasó una hora, luego pasaron dos… cuando llevábamos casi tres horas, decidimos llamarle. Le dijimos que éramos los del coche y el tipo nos colgó el teléfono. Así es la gente aquí. Un tipo de 50 años que viene y te da la mano y que en vez de decirte que no le interesa el coche o que se lo pensará, nos dice que se va al banco y no vuelve a dar noticias, colgando el teléfono cuando le llamas. Es totalmente ridículo e infantil, pero es que aquí son muy infantiles.

Hubo varias llamadas de mosqueo. «Te doy 300 dolares ahora mismo», cosas así, pero luego se echaban atrás. Muchos que dicen «I´ll call you back» (te llamo luego) y luego nada. Jon dice que así es la gente en California. Maravilloso entonces.

Al final tuvimos que recurrir a un servicio con un ilustrativo nombre, cash for junk, dinero por basura, literalmente. Hay varias agencias así, te compran el coche baratísimo. Al final lo vendimos al mejor postor, 175$. Ya nos lo queríamos quitar de encima porque el coche nos tenía atados aquí, no nos podíamos mover mientras hubiese un coche aparcado a nombre de Aurora. Aunque esto tuvo también su miga porque nos estuvieron mareando varios días diciendo que vendrían. Al final vinieron y fue una mezcla entre alivio y tristeza ver al puñetero Ford Tempo, con su reno en la antena (tenía una bolita en la antena que era una cabeza de reno de juguete) y todo, partir hacia el infinito, probablemente hacia el desguace. Alivio porque quitarnoslo de encima nos ha costado la vida. Tristeza por lo mal que ha salido todo.

Son cosas de la vida. A veces una mala decisión tomada en un segundo puede llevar a una serie de «catastróficas desdichas», como la película aquella. Le compramos el coche a una tipa de Oakland llamada Tomika Thompson, que nos timó completamente, fuimos unos primos y perdimos una pasta.

¿Cómo seguir adelante? Comprar otro coche y jugárnosla nos parece una pérdida de dinero y de tiempo. Porque tiempo es además dinero, pero es que tenemos un plazo para estar aquí y meternos en papeleos y todo conlleva un tiempo. Alquilar es prohibitivo. Un amigo de Jon, Paxton, nos ofreció una alternativa. El nos dejaba su coche, lo conducíamos a Nueva York y le pagábamos a el un billete hasta allí para que el volviese a casa e hiciese el mismo viaje a la inversa. Al final no pudo ser, por líos de aseguradoras.

Así que aquí seguimos, estancados en San Francisco. No sabemos como seguiremos adelante, pero esperamos que a mediados de la próxima semana ya estemos en marcha. Veremos como y os informaremos por aquí.

Por lo demás, San Francisco se va ganando un hueco en nuestro corazoncito. Nos gusta la cantidad de pequeño comercio que hay, especialmente todas esas tiendas de comida, «groceries», con el tipico americano de 60 años. Aqui en el barrio Mission hay muchas librerías por las que paseamos, y una pizzeria con unas porciones que parecen una pizza entera y que cuestan 3 dolares. Los yankis son complejos, muy complejos. No acabamos de conectar con ellos. Entre la que nos vendió el coche, el que vino a verlo y se fue corriendo, la gente que llamaba, la gente con la que hablamos por la calle… no se, no saludan, no dicen buenas tardes cuando llegan a un sitio, cuando se van muchas veces no dicen adios. Alli en tierras castellanas decimos adios a todos uno por uno cuando nos vamos, hola a todos uno por uno cuando llegamos, con dos besos, nos damos la mano, esas cosas. Aquí son muy raros.

La mejor gente, para nosotros, son los mexicanos, salvadoreños y toda la gente del sur. Son amables, atentos, además es fácil con ellos porque nos entendemos. Aquí en el barrio de Mission vivimos en castellano todo el tiempo.

Bueno, aquí lo dejo, que Aurora no me deja escribir más. Ya os informaremos de como sigue todo.

Carta desde San Francisco


-¿Y usted qué hace aquí?
-Dar una vuelta por el mundo
-¿Y cómo se financia eso?
-Con mis ahorros
-¿No será que tiene usted un padre multimillonario?
-Eso me gustaría a mi, pero sobretodo al que le gustaría es a mi padre

Todo el mundo habla horrores de la entrada a Estados Unidos. Del control de pasaportes, primero, y del control de equipaje en las aduanas, después. El control de pasaportes transcurrió con ese diálogo. El de aduanas ni eso. Siempre dicen que al entrar en Estados Unidos, especialmente si has visitado muchos países y tienes el pasaporte lleno de sellos, van a mirar con lupa lo que lleves. Aunque no lleves nada malo, siempre es incómodo:

-Sí, mire, esa bolsa son mis calzoncillos sucios
-Oiga pues tiene usted un frenazo aquí en la parte trasera que…

Nosotros nos dirigimos a las aduanas. Será por mi pinta sajona, será porque justo antes que nosotros pasaron unos ciudadanos de piel oscura con un carro que transportaba una treintena de maletas, nos dieron los buenos días y welcome to the USA.

Antes de eso, un viaje terrible. Un total de 24 horas entre dos aviones y salas de espera. El último tramo, diez horas desde Incheon hasta San Francisco, lleno de niños llorando, vomitando, moviéndose. Imposible dormir. Apretadisimos y encajonados, estábamos en una fila de tres y el acceso al pasillo dependía de la coreana más antipática que nos hemos encontrado. Se sentaba a mi lado y es la única que pudo dormir en toda la noche, cómoda os aseguro que estaba, había momentos en que tenía la pierna sobre mi, y tan pancha que estaba.

En San Francisco nos acoge Jon, escrito así, a la vasca, un irlandés de pocas palabras con un sentido del humor afilado. Habla poco, pero cuando lo hace es para soltar alguna perla subversiva. Vivió en Italia y ahora vive aquí. Lleva un halo de misterio acerca de lo que hace que al principio nos tenía intrigados pero la verdad es que nos da igual. Es un experto autostopista y amante del heavy metal.

Nuestra misión el primer día fue no caer muertos de sueño. Eso del jet lag, ya se sabe. Llegamos a las 11 de la mañana pero en nuestro cuerpo eran las 3 de la madrugada y encima sin haber pegado ojo en las últimas 24 horas. Nos propusimos llegar vivos al final del día para acostarnos por la noche y coger ritmo. En medio de todo eso visitamos el famoso Golden Gate, que estaba cubierto de niebla.

Fue el segundo día cuando comenzamos nuestra aventura del coche. Nuestro objetivo, como es sabido, es hacernos con un vehículo para cruzar el país de costa a costa. En Internet vimos agencias de alquiler, al hacer la consulta en línea salían precios muy decentes para lo que queríamos hacer. Pero luego in situ cambia la situación. Pago de un seguro de la releche, pago por dejar el coche en otra ciudad, pago por ser joven, más otras tantas clausulas de mil demonios… al final rechazamos la idea.

No quedaba más remedio que comprar un coche. Buscamos en Internet algo que se ajustase a nuestro presupuesto. Encontramos cinco o seis cosillas interesantes. Llamamos a todas, pero sólo dos contestaron. El primero de ellos parecía que estaba colgado, así que le descartamos nosotros. La segunda era una chica muy locuaz. Los demás, nada. Visitamos también varias tiendas de coches usados pero no tenían nada decente.

Al final fuimos a visitar a la chica. Vivía en Oakland, que es , aunque nosotros no lo sabíamos, la ciudad más peligrosa del área de la bahía de San Francisco. Nos presentamos allí, llegaron tarde. Al final aparecieron y nos llevaron en su coche a ver a la criatura en venta. Se trataba de un Ford Tempus del año 93 que resistía en pie malamente. Nosotros no teníamos ni idea de que hacer, yo menos que Aurora.

Para empezar, tuvieron que llamar a un cerrajero porque habían perdido la llave. Ya empezábamos mal. Nos quedamos sentados por un parque que había allí creado por el gobernador Schwarzenegger mientras llegaba el cerrajero y hacía su trabajo.

Pasado un rato, con la llave en la mano, nos metimos en el coche, lo vimos por dentro, lo arrancamos, sonaba bien. Decidimos dar una vuelta. Con nuestra base, poco más podíamos hacer, sólo moverlo a ver si hacía algo raro o tiraba hacia delante más o menos bien. Además era automático, por lo que por ahí seguro que se nos escapaban cosas.

Total, que el coche tiraba. Y tomamos una decisión precipitada, nublados por el bajo precio, 500 dolares, decidimos comprarlo. Porque somos así, porque hemos perdido la concentración, queremos hacer las cosas en un pis pas. Acabamos cambiándole la luna y haciendo todos los papeles pertinentes, aunque bueno, no estamos del todo seguros acerca de si los papeles están correctamente, pero parece ser que sí. Fuimos a la oficina de DMV, que es el departamento de vehículos de Estados Unidos, y allí seguimos las indicaciones que nos dieron.

Con todo en la mano, seguro incluido, volvimos de Oakland a San Francisco sin problema alguno. Aparcamos el coche y a dormir.

Aunque nuestras sensaciones fuesen buenas, decidimos ir a un mecánico a que le echasen un vistazo, porque estábamos seguros de que necesitaría algún arreglillo por aquí o por allá. Jon nos acompañó a uno que conoce, Carlos, uno de tantos sudamericanos que sostienen este país en pie. Con el diagnóstico nos quedamos peor. El coche tiene varias cosillas que arreglar, pagando unos cuantos dólares, pero nada que se aleje de nuestro presupuesto. El problema principal es que es posible que tenga mal la culata. Nos dijeron que entraba agua por ahí, que no sabían el motivo, que podía ser cualquier cosa, pero que si lo que estaba mal era la culata, que no valía la pena ni hacer la reparación porque iba a ser un pastizal. Y que esperasemos hasta el lunes, a ver que tal.

Así que en eso estamos ahora, en espera. Con los dedos cruzados para que no esté mal la culata, sea lo que sea eso. Si no es, se arreglan las cosillas y adelante. Si es eso, la hemos liado parda, porque nos quedaríamos aquí con un coche totalmente hecho una mierda y a ver como avanzamos después.

Está claro que hemos pecado de pardillos con esto. Nos entraron las prisas, por empezar nuestro viaje, por acabarlo, por no molestar más a Jon okupando su casa. E hicimos una compra mala. Lo de la culata, de todas maneras, no se como podíamos saberlo nosotros. Teníamos en mente mirar muchos coches, así que no nos planteásemos pagar un chequeo cada vez en cada coche porque eso hubiese sido la ruina. Mal hecho.

Ahora sólo nos queda esperar a ver que sucede. Y eso lo hacemos paseando por la ciudad, un poco alicaidos, pero también disfrutándola. Estamos en el barrio de Mission, que es una especie de distrito mitad sudamericano,mitad alternativo, una mezcla interesante. Hacemos vida en castellano, aquí el castellano se escucha por todas partes, con multitud de acentos, aunque el nuestro es el más extravagante para la gente de aquí. Paseamos por la calle Haight, que es una especie de calle Fuencarral (o sea, alternapija) y también por Chinatown, que es como su nombre indica el barrio chino y cuya única peculiaridad es ser un barrio lleno de comercios chinos. Con Jon y una amiga suya fuimos también a SpeakEasy, una fábrica de cerveza local, y es que aquí resulta que tienen cervezas buenas más allá de las grandes marcas.

Hace un tiempo más frío del esperado, así que por la calle no apetece mucho estar. Y estamos ya limitados de presupuesto y a la espera de ver si tenemos que pagar al mecánico un poco, un mucho o nada, así que no podemos pasar el rato en los cafés.

Por lo demás, la ciudad está llena de

1)Perturbados. No había visto yo nunca tanta congregación de gente totalmente ida de la mente, que no sabes si te van a sacar un cuchillo y liarla parda, si se van a arrojar al paso del tranvía o si simplemente están delirando
2)Vagabundos. Creo que es donde más pobreza extrema he visto en todo el viaje y en todos mis viajes. Aquí no es que veas gente humilde, es que o ves gente que más o menos vive con cierta comodidad o facilidad, o el siguiente paso ya son vagabundos extremos.

Y eso es todo lo que puedo contaros hasta el momento.