El pequeño Nicolás

Menuda semana llevo, he vuelto a 1991, sin comerlo ni beberlo. Al patio de los Maristas, a jugar en el Parterre, a Valencia, a los viajes en Intercity para ir a Madrid a ver a los abuelos… y todo porque me ha dado por sacar de la estantería y releer los cinco libros cinco del Pequeño Nicolás.

Debo confesar que me daba terror. Tenía miedo, lo admito, de destrozar un recuerdo de mi infancia. Pasa muchas veces, cuando vuelves a ver, o a leer, aquellos dibujos o libros de cuando eras pequeño, y descubres que en realidad no eran tan buenos. Claro que guardas un buen recuerdo de los momentos que pasaste, pero ya no puedes decir que mola, porque ya tu juicio crítico es distinto, ya sabes que NO mola. Por eso muchas veces, recordando mis buenos momentos con Nicolás y su pandilla, me acercaba a los libros, los cogía entre mis manos y los volvía a dejar en su sitio, dispuesto a no convertirme en iconoclasta.

Lo que pasa es que últimamente ando moviendo trastos de aquí para allá y no he podido resistirme. Y volví al día en que un fotógrafo aparece en clase del pequeño Nicolás y saca a todos al patio, y Godofredo, cuyo padre es rico y le regala todo lo que quiere, aparece vestido de astronauta. O a ese día en el que juegan todos a indios y vaqueros y Rufo, un chaval de la clase, aparece vestido de gendarme, porque su padre es policía. A vacaciones en campamentos con niños salvajes y hoteles en Bretaña donde el verano se chafa con la lluvia. El padre de Nicolás, picándose con su vecino, el señor Bledurt, haciendo carreras de bicicletas.  La pandilla jugando al fútbol en el descampado contra chicos de otro barrio, Agnan, el ojito derecho de la maestra, llorando porque es un desgraciado, Clotario castigado en el rincón, Eudes y su hermano militar, Majencio con sus trucos de magia, Alcestes siempre comiendo, Joaquín fastidiado por el nacimiento de su hermano, y todos pegándose en el patio bajo la atenta vigilancia de «El Caldo».

Este viaje al pasado, a esos libros que ya había leído decenas de veces, no me ha gustado tanto como cuando contaba ocho años y leía los libros en el Intercity, mirando las ilustraciones de Sempé, me ha gustado más. Porque claro, todo cambia si lo lees desde la empatía al tener la misma edad que el protagonista, o ya lo miras en la vida adulta, en la que a todo le encuentras dobles sentidos, críticas ocultas… y al mismo tiempo, sentirse niño otra vez y ¡qué pena al acabar el último de los libros!

Así que si alguno leyó en el pasado al pequeño Nicolás, le animo a que vuelva a sumergirse en su mundo. Y si no lo ha leído, que no tenga miedo a meterse en esos libros para niños, porque lo pasará muy bien.

Nos quedan si cabe más motivos de alegría, porque la hija del autor, Goscinny, encontró una serie de relatos que el escritor no encajó en ninguno de los libros (todos son microrrelatos que no siguen un orden concreto, salvo el de «Las vacaciones del pequeño Nicolás») y han salido ahora a la luz. Que sensación esta, la de saber que quedan aventuras de Nicolás desconocidas, pronto caerán en mis manos…

Reseña sobre el Pequeño Nicolás

El Pequeño Nicolás en Wikipedia